Nicolás Castellano: “Cada día es un reto y me sigue motivando afrontarlo. Un periodista sin entusiasmo no es periodista”
Después de 17 años trabajando como reportero en la Cadena Ser, Nicolás Castellano no ha sucumbido a la rutina. Todavía mantiene intacta la inquietud que le llevó a estudiar Periodismo y continúa volcándose con cada una de las historias que narra a sus oyentes. Este mes de marzo publica un nuevo libro sobre Adou, el niño que de Costa de Marfil que llegó a Ceuta dentro de una maleta en mayo de 2015. Lee la entrevista que le hemos hecho en Talento Gran Canaria.
¿Cambiarías la actividad de reportero por alguna otra?
Ahora mismo no cambiaría mi trabajo por ningún otro. Me siento muy afortunado por hacer lo que me gusta y seguir disfrutando de mi oficio. Estudié periodismo para trabajar en la radio, me fascinaba escuchar en Antena 3 Radio, Radio Minuto o la Cadena SER historias de todos los rincones del mundo. Cuando era un adolescente que escuchaba la radio a todas horas me decía que algún día estaría yo ahí, al otro lado del micro, y una vez que he podido dedicarme a ello sigo disfrutando como si fuera el primer día. Trabajar como reportero es ayudar al oyente a ponerse en el lugar de esa persona sobre la que estás contando su historia, ya sea en Sudán del Sur, en Haití o en reportajes sobre realidades en barrios de Madrid o de Canarias. Eres un testigo privilegiado de muchos hechos, el reto es transmitirlos fielmente.
¿Qué has aprendido en el trabajo sobre el terreno que has realizado en países tan dispares como Filipinas, Nigeria, EEUU o Francia?
Durante más de 17 años el ejercer de reportero en la SER me ha permitido conocer muchísimos países y realidades pero sobre todo compartir ratos apasionantes con mucha gente que me ha demostrado que el ser humano es capaz de levantarse siempre, sea cual sea el varapalo. Es increíble ver cómo la gente que lo ha perdido todo te da una lección de resiliencia a las pocas horas del peor momento de sus vidas.
El tifón “Yolanda” en Filipinas, el terremoto de Haití, la situación de las niñas secuestradas por Boko Haram en Nigeria, la vida de los millones de latinos, que a pesar de vivir en EEUU hace años o de haber nacido allí, siguen sin tener “papeles” y tienen miedo a ser expulsados -más ahora con Trump- , cubrir los atentados del 13N en París o los de marzo del año pasado en Bruselas … son muchas experiencias y como ves la mayoría en contextos de catástrofes, crisis humanitarias o poblaciones en shock por ataques terroristas pero lo que siempre me llevo en mi “mochila mental” es esa capacidad de lucha y de superación para salir adelante.
Algunas de esas mejores lecciones las he recibido en África, mi continente favorito del que conozco ya 29 países. Hablar con algunos de los niños que sobrevivieron al ébola en la epidemia del África Occidental ha sido una de las experiencias que más me han impactado. De todo esto aprendes también las diferencias culturales o de idiosincrasia de países tan diversos. La población japonesa, por ejemplo, afrontó la crisis nuclear de Fukushima con una frialdad y un orden increíbles; nada comparable a cómo vivimos los testimonios de los parisinos tras el 13N, o de cómo afrontan las consecuencias del hambre en Centroamérica en países como Nicaragua o Guatemala. Se podría creer a priori que el sufrimiento es sólo uno, allá donde sea, pero con el tiempo te das cuenta de que no es así. No tiene nada que ver el concepto de muerte y duelo de las madres senegalesas que pierden a sus hijos en las pateras o cayucos con la de las madres sirias que huyen hacia Jordania o se acaban enterando de la muerte de un familiar en la ruta de Libia a Italia. El reto del reportero en este mundo de sobreabundancia informativa es explicar todo ese contexto y esos matices, eso es lo que nos hace periodistas, documentar e informar con rigor.
Cuando no estás cubriendo temas internacionales, ¿cómo es tu día a día en la radio?
Cuando estoy en Madrid, que es la mayor parte del tiempo, sobre todo últimamente, mi trabajo está centrado en el seguimiento de noticias sobre inmigración, refugiados y cooperación al desarrollo. Son tres temáticas muy amplias y cuando no estás con la enésima polémica de los centros de internamiento de inmigrantes estás con el incumplimiento de España en la acogida de refugiados que nos comprometimos ante la Unión Europea o hace unos días con la declaración de hambruna de Sudán del Sur… Cada día es un reto y me sigue motivando afrontarlo. El maestro Gabilondo decía que un periodista sin entusiasmo no es periodista y esa máxima me la aplico para dedicar a mi oficio la dedicación que merece.
¿A tu juicio, en qué radica el éxito de la Cadena Ser?
Sin duda en sus profesionales. La SER tiene una de las mejores redacciones de este país, con un nivel de especialización de sus periodistas que hace posible tal producción de exclusivas. Esa búsqueda permanente de noticias, y sobre todo de noticias “propias”, temas trabajados… La redacción de la SER es sin duda una de las más profesionales y también exigentes de España, te requiere estar siempre en la búsqueda de grandes temas, y es eso lo que nos diferencia. Todo esto con una gran marca consolidada como la referencia informativa de la radio española. Un ejemplo, hace poco publicamos una historia sobre las malas condiciones en las que una ONG tenía a unos refugiados en el mismo recinto que a personas con problemas de drogodependencia y generó mucho impacto y el Gobierno acabó retirando los refugiados a esa organización. Pues para este tema tuve que trabajar dos meses en su elaboración, esto es una suerte, que un medio te permita esa dedicación es algo cada vez menos habitual y en la SER se puede seguir haciendo de momento, por eso trato de aprovecharlo.
En marzo publicas otro libro, ¿qué nos puedes avanzar del mismo?
Se titula “Me llamo Adou” y cuenta la historia del pequeño marfileño que apareció en el interior de una maleta en la frontera de Ceuta en mayo de 2015. En realidad todo el mundo lo conoce como “el niño de la maleta”, pero a él no le gusta que lo llamen así. Lo publica la editorial Planeta y es un libro periodístico pero no sólo un reportaje de largo recorrido con toda la historia del niño y de su familia, sino que además aporta una descripción pormenorizada de las dificultades que tienen las familias migrantes instaladas en España y Europa para poder traerse a sus hijos y poder educarlos a su lado. Adou tenía en realidad todo el derecho a venir legalmente a Fuerteventura, donde vivía su padre, su madre y su hermana, pero la interpretación de la ley que hizo la delegación del Gobierno en Canarias le denegó por dos veces la reagrupación familiar. Al final, el cerrarle la puerta para venir por la vía legal casi acaba con la vida del niño que tenía entonces sólo 8 años. A través de Adou y su familia se cuenta una historia que pretende evidenciar lo injustos que estamos siendo con los migrantes. He estado más de un año y medio siguiendo a la familia y acompañándoles por sus distintos lugares de residencia y el libro es el resultado de ese periplo, centrado en el peligroso viaje del niño a Europa y en el del padre, que antes de llegar a Canarias en patera en 2006 llevaba casi dos años en el camino. En definitiva es una historia familiar que ojalá pueda hacer a los lectores que se pongan en el lugar de todas esas personas que se ven forzadas a migrar por distintas circunstancias vitales.
No es tu primera experiencia como autor. ¿En qué te basas para la elección de las historias o los autores con los que colaborar?
De momento en todos los libros en los que he sido co-autor, porque en realidad “Me llamo Adou” es el primero que hago en solitario, siempre hay un denominador común; el viaje forzoso. El primero, “Mi nombre es Nadie” fue el resultado de una frustración compartida con una compañera de la SER, la entonces corresponsal en Marruecos, Carla Fibla. Estábamos hartos de que las historias tan potentes que recopilábamos en nuestros viajes para explicar las rutas migratorias por África hacia Europa quedaran reducidas a una crónica de poco más de un minuto en radio así que decidimos elaborar un audiolibro con los testimonios de todos esos jóvenes, sus familias etc. También era un homenaje a todos esos “nadie”, esos miles de migrantes enterrados con un simple número en las lápidas que abundan en nuestros cementerios sin que nadie sepa cómo se llaman. Muchos profesores hablan de un “periodismo humano” el que se centra en contar las vivencias de la gente, ese es el que suelo llevar también a los libros. En todos en los que he colaborado siempre aparece mi especialización, las migraciones en sus distintas vertientes, salvo en 3 libros de cuentos que me he permitido alguna licencia literaria.
¿Sigues en contacto con grancanarios que residen y trabajan fuera de las islas?
Con muchos. Siempre se habla de que los gallegos están en todas partes, y puedo dar fe porque me los he encontrado desde Madagascar a las Galápagos pero los canarios también llegamos a todos los rincones. Tengo muchos amigos grancanarios en Madrid y en distintos puntos de Europa y de América, al final somos un pequeño lobby de embajadores de nuestra tierra y creo que ese potencial debería ser mejor aprovechado por las administraciones y las empresas.
Y, por último, qué opinión tienes sobre la iniciativa ‘Talento de Gran Canaria’.
Me parece todo un acierto el poner en valor el talento que emana de la isla, allá donde esté. Esa retroalimentación de ideas, contactos, iniciativas me parece que es el camino para mejorar nuestra tierra, residas o no allí. El evento que se realizó en navidades en Las Palmas de Gran Canaria en el que nos pusimos cara e intercambiamos experiencias me permitió descubrir a gente de la isla que está haciendo cosas impresionantes por todas partes del globo, y que de no ser por Talento de Gran Canaria quizás no habría conocido, eso ya me lo llevo. Pero llegados a este punto la iniciativa tiene que crecer más para poder hacer posible que todo este conocimiento nos beneficie no solo a los miembros de la red sino sobre todo de toda la sociedad. Tenemos entre todos que buscar la fórmula para seguir manteniendo activo el grupo en Linkedin y para buscar nuevos proyectos que nos motiven a seguir intercambiando ideas. Para empezar, el vernos al menos una vez al año no estaría mal.